Cuando se ha vacunado a un número suficiente de personas, una enfermedad ya no es capaz de propagarse eficazmente a través de esa población. Esto protege incluso a aquellos que no han sido vacunados.
El porcentaje de la población que debe ser inmune para detener la propagación de una enfermedad depende de la facilidad con que la enfermedad infecta a otras personas.