Un padre y su hija juegan a »bomba o avión». Es el juego desesperado al que un padre sirio recurre con su hija de 4 años. Abdullah le ha enseñado a Salwa a reírse de la bombas y ha logrado su objetivo: transformar el miedo en sonrisa.
Porque la realidad que hay fuera es dramática. En el noroeste de Siria la violencia es indiscriminada y los niños son quienes más sufren.
Desde que la guerra comenzó se calcula que han muerto 20.000 menores. Los que sobreviven lo hacen con secuelas psicológicas irreversibles.
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