Después del tuit que el escritor y periodista Arturo Pérez-Reverte compartió en su perfil de Twitter en el que se ‘ciscaba’ »en los muertos» de quienes aparecían junto a tres jabalíes tras una batida, el escritor compartió un segundo tuit comparando la primera foto de caza con una de guerra en la que aparecía un hombre asesinado.
Este es el primer tuit de Reverte:
Este es el segundo:
Tras estos dos mensajes, Lolo de Juan, escritor y miembro del Real Club de Monteros, publicó una carta que reproducimos a continuación. Pérez-Reverte no dudó en contestar a esta carta y le escribió otra.
Carta de Lolo De Juan a Arturo Pérez-Reverte:
Estimado señor Reverte,
Vayan estas líneas con el respeto que siento por usted, pero creo que en esta ocasión no ha sabido analizar y juzgar con la debida justicia la fotografía objeto de su crítica.
No conozco a ninguno de los integrantes de la foto pero aparentemente son personas que viven en el mundo rural -en el campo o en el pueblo- y han decidido juntarse para dar un zapeo -una batida improvisada- en el acotado de su término. Pues además de tierras, siembras y viñas, tienen ganado. Con todo ello sobreviven sin dar cuentas al mundo y sin molestar al prójimo. Son los mal llamados habitantes de la España vaciada.
Y es que Jonás, el más viejo de la foto, ha advertido que le faltan dos corderos de la paridera. Y Bautista, otro de los presentes, tiene una parcela sembrada de triticale para hacer de primavera unas pacas de heno con las que seguir manteniendo a sus rollizas vacas. Fernando tiene una viña en las traseras de su huerto, con la que saca algo de vino para su uso. Pero este año entre los arrendajos, mojinos y cogutas, se han diezmado las producciones.
El caso es que en la besana recién preparada para tirar la semilla, se ha advertido que una piara de marranos anda tras el cereal y todo lo han puesto patas arriba. Además, con estos fríos -por eso todos llevan gorro y orejeras- el campo no está cencido y el hambre aprieta, y no está reñido que esos dos corderos que le faltan a Jonás sean porque la matriarca de la piara se haya picado a los pares y -por ende- a la carne. Por ello es más dañino el jabalí que el lobo, pues el primero ataca sembrados, ganados y responsable es de muchos accidentes en carretera.
Ha sido Eulalio quien ha aprovechado el rocío de la mañana para rodear una morra donde ha visto entrada y ninguna salida. Los compañeros de la peña se han juntado, no han sorteado los puestos pues van a sacar una cosecha de carne a la sierra. Y sí, llevan ropas llamativas, porque los pantalones de pana y las botas de lona quedaron atrás. Por qué demonios la tecnología sólo pueden disfrutarla los que critican el campo. La pana y la boina quedan muy bien en un relato del maestro Delibes, pero mientras muchos critican desde sus apartamentos con suelo radiante, otros siguen calentándose con una chimenea y un brasero de picón. Ajenos a este mundo donde a cualquiera se le da voz y voto para hablar de lo que no sabe y criticar lo que no conoce. Reverte
En la morra se han metido los perros del Tarta -sí, que es tartamudo- y le acompaña su sobrino que tiene ganas de despuntar entre los pocos mozos del pueblo. Han dado con la piara de marranos y han salido en desbandada cada uno por un lado. Y entre todos ellos, improvisando la cacería, han logrado poner en tierra los tocinos de tres. Una cochina machorra que era la que capitaneaba el clan, otra cochina y una cría de este año. Sí, una cría de una arroba, mayor que cualquiera de los lechones que se sirven en un asador. Una cría que ya no tiene rayas -ha pasado de rayón a bermejo- y no es pecado echar a rodar a un animal que tiene defensa en su entorno, velocidad para huir y recursos propios para percibir el peligro, porque ya tiene capacidad de sobrevivir sin el resto.
El padre de Jonás se ha quedado preparando los avíos para echar en la parrilla ese marrajo. Las otras dos se dividen en lotes para repartirlos entre la cuadrilla. Mientras tanto Sebastián ha cogido tres muestras de los animales para que los analice el veterinario, no vaya a ser que tengan triquina.
Y se juntan en una mesa todos, con sus mujeres y demás viejos del lugar. Se comen lo que han cazado y lo que sobra lo reparten entre unos y otros. Feliciano dice que el marrano está mejor para chorizos que para tasajo. Pues para lo último es mejor el corzo y el ciervo.
Y sí, en la foto hay una botella de agua de cinco litros rellena de vino. Del poco vino casero que ha podido hacer este año Fernando, y lo pone como un trofeo más de la foto para decir que seguirá protegiendo su viña del jabalí, del pájaro y de aquel que le juzgue sin conocerle.
Esta es la caza auténtica que defiende la España despoblada contra aquellos que van el fin de semana de primavera a pasear por unos campos que ahora, en invierno, están vacíos con sus gentes de siempre.
Si algo me inspira esa foto es envidia, envidia de no formar parte de esa cuadrilla de gente auténtica, que disfruta de sacarle jugo al entorno y que aprovecha sus medios para seguir subsistiendo sin hacer daño a nadie. Y es una lástima que usted critique el pequeño jabalí de la foto cuando puedo apostarme un vino con usted a que lechales y marrajos han ocupado el plato de su mesa y la de sus lectores más veces de las que esa cuadrilla sale a cazar al cabo del año.
Con todo respeto,
Lolo De Juan
Carta de Arturo Pérez-Reverte a Lolo De Juan:
Estimado amigo, el amable tono de su carta me invita a darle una respuesta. No me gusta matar, tal vez porque siendo joven vi hacerlo demasiado, y por eso no cazo ni pesco, aunque amo el campo y paso mucho tiempo en el mar. Eso no me impide comer pescado ni carne, e incluso caza. Es más, tengo muchos amigos cazadores y una vez recibí con orgullo el premio de una importante asociación de cazadores por un artículo sobre mi perro teckel Sherlock y su noble memoria genética de cazador. Incluso, asómbrese, por razones personales y necesidad tengo vigente una licencia de caza. Conozco muy bien las necesidades cinegéticas, el control de las especies e incluso las necesidades rurales y las tradiciones, y me parecen muy respetables. Dicho todo eso, considero que cazar, incluso cuando se trata de comer por necesidad, afición o servicio rural, significa dar muerte a hermosos animales: un acto útil, necesario tal vez, pero triste. Por eso, incluso en los casos más justificables, me desagrada la exhibición pública del acto, el alardeo. Comprendo que tras haber sufrido y peleado por una pieza, el cazador desee conservar el recuerdo para él y los suyos; pero me desagrada (y el desagrado no es un acto voluntario, sino visceral) quien hace públicas esas imágenes presumiendo de haber matado esas vidas inocentes, o posando ante docenas y a veces centenares de animales muertos, que desde luego no se va a comer y cuya muerte tal vez equilibre la naturaleza, pero que sigue siendo un acto duro y triste. Y si no me gustan quienes matan con alegría, se trate de una hormiga o de un elefante, lo que pido a quienes lo hacen es que me ahorren en lo posible la pena de contemplar su obra, cuya visión, en este mundo globalizado, se acaba colando en mi vida, haciéndome ver lo que no desea ver alguien que, como yo, tiene las dosis de horror visto muy por encima de la línea de flotación. Hasta ahora, como ve, me he limitado a hablar de los cazadores justificados, honrados y responsables; pero usted sabe que no todos los cazadores son así ni mucho menos. Los lugares de caza son frecuentados también por gentuza de variopinto pelaje, brutos sin complejos, individuos sin escrúpulos que matan cuanto ven, crías, hembras preñadas y adultos, que dejan escapar a animales heridos, que abaten a un hermoso ejemplar del que dejan la carne pudrirse para cortarle la cabeza y vender la cornamenta (en la finca de un amigo vi una madrugada cuatro ciervos degollados por furtivos que los mataron con visor nocturno y silenciador), e incluso matan o abandonan a sus propios perros cuando están malheridos, inválidos, viejos o no les sirven. Hay cazadores dignísimos, como usted dice, pero también los hay que son unos absolutos miserables sin conciencia; y basta teclear en Youtube para comprobar sus hazañas, que cuelgan ahí para presumir de ellas. Y usted sabe, como yo lo sé, que no siempre la linde entre unos y otros queda clara. Pero no quiero seguir con el asunto, porque entonces tendría que hablar de los que pagan y viajan (a ésos los he visto en acción en África y América) para matar un tigre, un oso, león o un elefante (no me diga que se los comen, o que así viven los pobres africanos, o que de ese modo controlan las especies, porque eso ya lo sé, y además de saberlo me da la risa, y no precisamente por los pobres africanos); y ahí sí que se me puede calentar la boca, elefantes de eméritos incluidos. Así que lo siento: matar a un animal hermoso para hacerse una foto y colgar un trofeo en la pared no me gusta. No pretendo que nadie lo prohíba, mientras haya gente que desee hacerlo. Nunca haré eso. Es la combinación de libertad y condición humana que nos corresponde para lo bueno y lo malo. Pero no me gusta que me lo restrieguen por la cara; porque, se lo aseguro, he visto posiblemente derramar más sangre de la que un cazador puede derramar en su vida, y también me han disparado más veces de las que nunca le van a disparar a él. Sobre matar y morir, sobre verdugos y víctimas, sobre la naturaleza humana, sobre apretar un gatillo por necesidad o por placer, sobre por qué mata el ser humano a personas o animales, tengo cierta experiencia.
Le mando un afectuoso saludo.
Arturo Pérez-Reverte
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